La escritora Arundhati Roy critica la soberbia de los políticos de la India ante un drama que causa miles de muertos
En 2017, durante una campaña electoral especialmente polarizadora en el Estado de Uttar Pradesh, el primer ministro indio, Narendra Modi, se involucró en la refriega para agitar aún más las cosas. Durante una aparición pública, acusó al Gobierno del Estado —en manos de un partido de la oposición— de favorecer a la comunidad musulmana al dedicar más dinero a los cementerios musulmanes (kabristanes) que a los crematorios hindúes (shamsanes). Con sus habituales rebuznos despreciativos, en los que cada burla y cada pulla alcanzan una nota aguda a mitad de frase para volver a caer en un eco amenazador, enardeció a la muchedumbre. “Si en un pueblo se construye un kabristán, también hay que construir un shamsán”, dijo. “¡Shamsán! ¡Shamsán!”, respondió la multitud fervorosa e hipnotizada.
Quizá ahora se sienta satisfecho de que la espantosa imagen de las llamas ardiendo por los funerales masivos en los crematorios indios ocupe la primera página de los periódicos internacionales. Y de que todos los kabristanes y los shamsanes del país estén funcionando a pleno rendimiento, en proporción directa con las poblaciones a las que sirven y muy por encima de su capacidad.
“¿Es posible aislar India, con una población de 1.300 millones de personas?”, preguntaba retóricamente The Washington Post en un editorial reciente sobre la catástrofe que está ocurriendo en el país y la dificultad de contener unas variantes nuevas y muy contagiosas de la covid dentro de sus fronteras. “No es fácil”, respondía. Seguramente no se planteó esta misma pregunta cuando el coronavirus asolaba Reino Unido y Europa hace solo unos meses. Pero en la India tenemos poco derecho a sentirnos ofendidos, dadas las palabras que pronunció nuestro primer ministro en el Fondo Económico Mundial en enero de este año.
Redacion: https://elpais.com